Costas Lapavitsas – “La contienda hegemónica emergente no tiene contenido ideológico, sino que está impulsada enteramente por intereses económicos capitalistas”.

Costas Lapavitsas es profesor de Economía en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) y coordinador de la Red Europea de Investigación en Política Social y Económica (EReNSEP). Es el autor principal junto con el colectivo EReNSEP de “The State of Capitalism: economy, society and hegemony” que se publicó en diciembre. Lea la reseña del libro aquí

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Una contienda hegemónica de grandes potencias

Vivimos en una era de tensiones militares sin precedentes que amenazan con una guerra mundial. Desde 2022, dos potencias militares pares –Rusia y EE. UU. con sus aliados, representados por Kiev– se han enfrentado, arruinando ucrania y causando centenares de miles de muertos. El Oriente Medio ha estado al borde de una guerra generalizada durante meses, ya que Israel continúa masacrando palestinos en Gaza ayudados e instigados por Estados Unidos. Y las tensiones entre otras dos potencias militares pares –los EE. UU. y China– han aumentado enormemente, lo que aumenta la perspectiva de una confrontación armada en el mar de China Meridional.

Los EE. UU. siguen siendo la primera potencia, China es la potencia económica en ascenso y Rusia es una gran potencia militar con una economía mucho más fuerte de lo que el Occidente colectivo imaginaba. Estas tres grandes potencias se disputan la hegemonía y entran gradualmente en una macabra danza de la guerra. Ciertamente, no es así como se veían las cosas en los primeros años del siglo XXI. ¿Cómo explicarlo?

Una manera de hacerlo es confiando en la ideología liberal dominante; por ejemplo, las obras de Robert Keohane. Los EE. UU. son un faro de la democracia liberal y el pivote de la cooperación institucional internacional entre países, e impiden un dominio hegemónico manifiesto. Actualmente están en lucha con dictadores autoritarios en China y Rusia. Todos aquellos que valoran los derechos individuales y las libertades democráticas deberían ponerse de su lado.

Los defensores de estos puntos de vista han tenido un gran impacto en la política exterior de Estados Unidos, en efecto modelándola durante décadas. Desgraciadamente, sus afirmaciones no resistirán un momento de escrutinio crítico. Pero ni siquiera tenemos que dedicarnos a eso. La conducta genocida de Israel en Gaza contradice estas nociones. El Sur Global se ríe de su mera mención.

Se podría comprender mejor a través del enfoque realista de la política mundial; por ejemplo, las obras de John Mearsheimer, que se ha distinguido como un crítico vocal de Occidente en Ucrania. Las grandes potencias buscan inevitablemente la hegemonía y lo que importa es el equilibrio de los factores materiales: población, producción económica, fuerza militar. Los EE. UU. han subestimado dramáticamente a Rusia creyendo que podría ser socavada a través de una guerra indirecta reforzada por sanciones económicas. El poder hegemónico actuó de manera insensata y pagará un alto precio.

El análisis realista tiene un atractivo inmediato para aquellos que miran el mundo con las lentes de la economía política clásica. Pero todavía es limitado. ¿Qué sustenta el ascenso de China y el retorno de Rusia? ¿Cuáles son las fuerzas estructurales que llevan a las tres grandes potencias a competir por la hegemonía, empujando al mundo hacia una guerra catastrófica? Estas son preguntas vitales que hay que responder.

Teoría marxista del imperialismo

El marxismo ofrece la respuesta más persuasiva, localizando las fuerzas subyacentes en las relaciones explotadoras y opresivas del capitalismo global. El análisis del imperialismo sigue siendo una de las contribuciones más duraderas de la izquierda a la política internacional tanto en términos de ideas como de movimientos populares.

El argumento canónico fue, por descontado, desarrollado por Lenin, basándose principalmente en Hilferding. Ambos se enfrentaron al imperialismo clásico del último cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, cuando la mayoría de los colonialistas europeos dividieron África y otras partes del mundo, creando enormes imperios territoriales y luchando entre ellos brutalmente. Las fuerzas estructurales subyacentes se resumían en el término “capital financiero”, es decir, capital industrial y comercial monopolístico amalgamado con capital bancario, con los bancos en el asiento de conducción.

El capital financiero pretendía establecer imperios territoriales que aseguraran beneficios extraordinarios mediante la exportación de mercancías y la exportación de capital prestable. Los beneficios extraídos de las colonias permitieron a los capitalistas comprar una capa de la clase obrera, la “aristocracia del trabajo”. Para alcanzar sus objetivos territoriales, el capital financiero necesitaba el apoyo militar de su propio estado, y así el mundo estaba dividido en imperios (mayoritariamente europeos) enfrentados entre sí. Los que llegaron tarde, es decir, Alemania, Japón y EE. UU., intentaron volver a dividir el mundo para obtener una parte de los beneficios. Siguió la Primera Guerra Mundial, llevando a la gran matanza de los campos de Flandes y otros lugares.

El imperialismo continuó marcando el siglo XX, pivotando sobre los EE. UU., pero tomó una forma muy diferente a medida que los imperios coloniales formales llegaban a su fin. En la segunda mitad del siglo, los Estados Unidos hegemónicos dominaron gran parte de lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo, mientras se enfrentaban a la URSS y sus aliados. Hubo una Guerra Fría permanente, pero no una conflagración generalizada, en parte debido al equilibrio nuclear del terror.

Los argumentos de Lenin y Hilferding ya no se mantenían en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, había grandes empresas monopolísticas, tanto norteamericanas como europeas, que extendían sus tentáculos por todo el mundo. Sin embargo, las finanzas estaban fuertemente controladas, la exportación de capital prestable era limitada, y nunca hubo ningún caso de bancos que dominaran la industria privada. Las multinacionales norteamericanas extraían beneficios de la periferia sin necesidad de un imperio territorial. La izquierda produjo teorías de “dependencia” y “subdesarrollo” que sostuvieron los movimientos antiimperialistas en todo el mundo.

Durante este tiempo, los EE. UU. oprimieron e intimidaron a los países periféricos, pero su principal oponente fue la URSS. La competencia militar entre los países imperialistas históricos llegó a su fin en 1945 y nunca volvió a resurgir. Cuando la URSS se derrumbó en 1991, los EE. UU. ascendieron a una hegemonía mundial única. Por un momento pareció que la vieja teoría del “ultraimperialismo” de Kautsky se había hecho realidad, es decir, que la competencia entre imperialistas eventualmente conduciría a una potencia dominante pacificando permanentemente las contiendas hegemónicas.

El ascenso del capitalismo en China, Rusia y otros lugares del siglo XXI ha refutado estas fantasías. El imperialismo y la lucha por la hegemonía hoy recuerdan los tiempos de Lenin y Hilferding, pero también son profundamente diferentes. Algunas de sus características clave se resumen a continuación basándose en nuestro libro reciente, El estado del capitalismo (The State of Capitalism).

Globalización y financiarización

El capital industrial y comercial monopolístico domina actualmente el mercado mundial. Las grandes multinacionales gobiernan el capitalismo global, provenientes principalmente de EE. UU., Europa y Japón, pero cada vez más también de China y otras partes del mundo. Su rasgo diferencial es la internacionalización de la producción, más que la exportación de materias primas. Cruzar las fronteras nacionales para producir y generar beneficios es, por supuesto, una vieja práctica de los negocios capitalistas. Su escala durante las últimas cuatro décadas no tiene precedentes y aún es más importante la forma que adopta.

La producción a través de las fronteras es ahora posible sin que el capitalista tenga necesariamente derechos de propiedad directos sobre la capacidad productiva. Enormes cadenas de producción rodean el mundo con las empresas participantes, a menudo vinculadas entre sí sólo por contrato. La multinacional líder establece los términos de precios, crédito, tecnología, entrega, etc. de la cadena, buscando altos beneficios para sí misma. Al mismo tiempo, la cadena permite a pequeñas empresas industriales de, por ejemplo, Turquía o Tailandia, dar un carácter internacional a su producción sin cambiar de ubicación ni poner la propiedad por encima de la capacidad. Al menos dos tercios del comercio mundial tienen lugar dentro de cadenas productivas dominadas por multinacionales, y hay cadenas lideradas por multinacionales originarias de la periferia.

Durante el mismo período, las finanzas también se hicieron globales de maneras sin precedentes, resumidas por la financiarización del capitalismo. Los grandes bancos y “bancos en la sombra”, es decir, fondos de inversión, hedge funds y similares, operan continuamente y en tiempo real en varios mercados internacionales. Las exportaciones de capitales son enormes, principalmente entre los antiguos países capitalistas, pero también hay exportaciones significativas hacia la periferia. Los flujos comprenden principalmente capital prestable para financiar estados, así como empresas privadas. De manera crucial, también hay flujos sustanciales de un país periférico a otro.

Las empresas productivas internacionalizadas y las empresas financieras globales han creado la combinación de capitales más agresiva conocida en la historia. No se amalgaman ni dominan el uno al otro: hoy no hay capital financiero a la manera de Lenin o Hilferding. Más bien, las grandes multinacionales controlan directamente el gran capital líquido y lo ponen a disposición de los mercados financieros. Microsoft o Pfizer interactúan continuamente con empresas financieras, pero ningún banco les puede decir qué tienen que hacer.

Este binomio de capitales es el fundamento económico del imperialismo contemporáneo. No luchan por la exclusividad territorial, ni necesitan imperios formales. Lo que requieren es, en primer lugar, un marco institucional que les permita expandirse y dominar el mercado mundial y, en segundo lugar, una forma segura de dinero mundial para liquidar obligaciones y preservar el valor globalmente. El estado que pueda cumplir más adecuadamente con estos requisitos puede alzarse con la hegemonía.

La posición hegemónica de EE. UU. deriva de su preeminencia en organismos multilaterales, como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, así como de su capacidad para determinar el marco legal y práctico del comercio internacional, la contabilidad, las finanzas, las inversiones, etc. Sobre todo, deriva de la capacidad de la Reserva Federal para controlar el acceso al dólar como moneda mundial a través de la reserva de divisas y otros medios. Naturalmente, el fundamento último es el poder militar mundial.

El poder hegemónico de los EE. UU. es manifiesto. Sus instituciones financieras controlan los complejos mecanismos globales de transacción, compensación y pago. Sus multinacionales producen y comercian en todo el mundo, y algunos de estos gigantes dominan las nuevas tecnologías emergentes. Sus fuerzas militares rodean el mundo, y un vasto presupuesto militar empequeñece los del resto de naciones del mundo. Los viejos países imperialistas están subordinados en términos geopolíticos. Sus propias empresas industriales y financieras se han adaptado en gran medida al marco global dictado por los EE. UU.

La clase dominante norteamericana ha modelado la forma actual de la economía mundial y ha sacado enormes beneficios de su posición hegemónica. No menos importante es su libertad para emprender una política monetaria que afecta al resto del mundo y, al mismo tiempo, se traduce en una transferencia neta de recursos de otros países obligados a mantener enormes reservas de dólares. Como suele pasar en la historia, sin embargo, los EE. UU. han acabado pagando el precio de su propio éxito.

La disputa creciente

En primer lugar, la internacionalización de la producción y las finanzas permitió a la clase dominante norteamericana y a sus aliados exprimir a sus propios trabajadores de manera inaudita. No hay “aristocracia del trabajo” en todo Occidente, presumiblemente comprada por los ingresos del extranjero. Al contrario. Hay enormes desigualdades de ingresos y riqueza, una disminución de la infraestructura doméstica y la provisión de bienestar, una clase media desesperada y vastas capas de trabajadores pobres.

En segundo lugar, e igualmente importante, enceguecida por su propia arrogancia, la clase dominante norteamericana leyó mal el desarrollo global. La internacionalización de la producción y las finanzas permitió la aparición de nuevos centros de acumulación capitalista en toda la periferia. Surgieron capitales productivos y financieros orientados internacionalmente, sobre todo en China, pero también en Rusia, India, Brasil y otros lugares. Con el apoyo de sus propios estados, establecieron centros de fabricación doméstica dinámica y comenzaron a competir en el mercado mundial. Al igual que sus competidores en EE. UU., pero también en Europa y en Japón, buscan condiciones institucionales favorables y acceso controlado a una forma fiable de dinero mundial.

El desafío a la hegemonía norteamericana surge completamente de la periferia dramáticamente remodelada. Las potencias emergentes exigen voz y voto en la configuración institucional del mercado mundial, incluido el dinero mundial. A diferencia de los años de posguerra, y de manera similar a la época de Lenin, la contienda hegemónica emergente no tiene contenido ideológico, sino que está impulsada completamente por intereses económicos capitalistas. Esta es, en última instancia, la razón por la que es extremadamente peligrosa y plantea la perspectiva de una guerra generalizada.

No hay ningún acuerdo evidente al que los EE. UU. puedan llegar con sus rivales. Su propia sociedad está destrozada por la división y la confrontación; hace mucho tiempo perdió su preeminencia mundial en la fabricación; recientemente cayó al segundo lugar en el comercio global; su establishment militar es ciertamente vasto, pero su eficacia real es discutible. Sin duda, conserva la preeminencia financiera y monetaria, pero esto no es suficiente para asegurar su posición como hegemón indiscutible. Esos días ya pasaron definitivamente.

Sin embargo, sería un grave error sobreestimar la fuerza de sus rivales. China tiene aproximadamente 3 billones de dólares en reservas, pero gran parte del tesoro se mantiene en el extranjero y cualquier caída significativa del valor del dólar le perjudicaría directamente. Además, las transacciones internacionales

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