El F.C. Barcelona anunció la semana pasada la firma de un acuerdo con Uber, el gigante de los VTC, para ser su socio de movilidad, lo que provocó la indignación de muchos aficionados. Alberto «Tito» Álvarez, líder del sindicato Élite Taxi Barcelona, que ha organisado una protesta de taxis frente al partido de la Champions League del Barça el martes 21 de octubre. Álvarez escribe sobre por qué él y el movimiento del taxi exigen que el club rescinda su acuerdo con Uber.
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El Fútbol Club Barcelona ha anunciado un acuerdo con Uber para convertirla en su nuevo “partner” de movilidad. Es un movimiento que ha sorprendido a miles de barceloneses y catalanes que ven en el Barça algo más que un club: un símbolo de identidad, dignidad y compromiso con los valores de nuestro país. Uber no es una empresa de transporte cualquiera, ni representa innovación en movilidad. Es una corporación global que ha construido su imperio sobre la desregulación, la precarización laboral y la evasión fiscal, utilizando sus recursos para alterar las normas y para debilitar servicios públicos esenciales, entre ellos el taxi, que es un servicio de interés general en Barcelona.
El Barça, en cambio, nació precisamente de lo contrario: del compromiso comunitario, del esfuerzo colectivo y de una idea de país. A lo largo de su historia, el club ha representado algo que va mucho más allá del deporte. Fue refugio moral y símbolo de dignidad en los años más oscuros, cuando Catalunya tenía prohibido incluso expresarse. No es casualidad que el Barça esté vinculado a un pueblo que ha sufrido persecución, exilio y fusilamientos por defender su libertad. Catalunya es el único país de Europa con un presidente fusilado, Lluís Companys, ejecutado por el fascismo por no rendirse. Y durante ese tiempo, el Barça fue una de las pocas puertas abiertas por donde este pueblo podía respirar, soñar y mantener viva su dignidad.
El fundador del club, Hans Gamper, también fue víctima de la intolerancia. Fue perseguido y arruinado por la dictadura de Primo de Rivera, hasta el punto de quitarse la vida. Gamper fue un hombre de ideales que soñó con un club al servicio del pueblo, no de las élites. Un club que uniera cultura, deporte y civismo, no un instrumento de propaganda corporativa ni de blanqueamiento de capitales. Por eso cuesta entender que el club que nació de ese espíritu se asocie hoy con una empresa que representa justo lo contrario: la codicia por encima de la justicia, la especulación por encima del esfuerzo, y la tecnología al servicio del poder, no de las personas.
Uber no representa modernidad. Representa un modelo depredador que amenaza las bases mismas del contrato social. Es la expresión visible de un nuevo autoritarismo digital: un sistema que desde Silicon Valley predica el fin de la democracia y de los derechos laborales, en nombre de la eficiencia y de la rentabilidad. Un sistema que sueña con sustituir las instituciones públicas por algoritmos privados y a los trabajadores por autómatas. Es la dictadura de los datos y del dinero, donde las decisiones ya no se toman en parlamentos ni en estadios, sino en los despachos de unas pocas corporaciones que no responden ante nadie.
El Barça, sin embargo, no es una empresa cualquiera. Es una institución viva, con una historia que ha inspirado al mundo. Joan Laporta, en su primera etapa como presidente, lo comprendió perfectamente cuando puso el logo de UNICEF en la camiseta. Aquel gesto trascendió el fútbol: fue una declaración ética. El club que unía a un pueblo oprimido quiso también alzar la voz por los niños del mundo. Fue un recordatorio de que había cosas más importantes que el dinero o la imagen. Hoy, esa misma directiva tiene la oportunidad de recordar de dónde viene y quién es, antes de que sea demasiado tarde.
Sabemos que el mundo ha cambiado, que la presión económica sobre los clubes es inmensa y que cada acuerdo se presenta como una necesidad. Pero hay límites que no se pueden cruzar sin perder el alma. Este pacto con Uber no solo es un error comercial: es un error moral. La empresa con la que el Barça se asocia ha sido sancionada en múltiples países por competencia desleal, evasión fiscal y violaciones de derechos laborales. Su anterior CEO dimitió tras encubrir un caso de agresión sexual cometido por uno de sus conductores. Y mientras el taxi de Barcelona cumplía con su deber, Uber aprovechaba cada crisis para enriquecerse.
Durante los atentados de las Ramblas, los taxistas fueron quienes evacuaron a las víctimas y transportaron a los heridos sin cobrar un solo euro. Durante la pandemia, fueron los que llevaron a sanitarios a los hospitales, a enfermos a las urgencias y a familiares a despedirse de los suyos, arriesgando su salud y muchas veces sin recibir remuneración alguna. Mientras tanto, Uber multiplicaba sus tarifas y recibía contratos a dedo del Gobierno de Ayuso.
El taxi ha seguido siendo lo que siempre fue: un servicio público al servicio de la gente. Es el que lleva a los abuelos a ver las luces de Navidad, a los niños enfermos de Sant Joan de Déu de paseo, a las personas mayores a su médico, o a las familias que no pueden pagar un coche a sus trabajos o a casa. No lo hace por marketing. Lo hace por humanidad.
Y mientras el taxi sigue siendo eso —solidaridad, presencia, dignidad—, Uber compra el alma del club más grande de Catalunya para lavar su imagen. El contraste es tan doloroso como evidente: los que trabajan por su ciudad sin pedir nada a cambio, y los que se aprovechan de ella con contratos millonarios y falsos discursos de sostenibilidad.
Por todo ello, desde Élite Taxi Catalunya pedimos a la directiva del Fútbol Club Barcelona que reflexione. Que no se deje engañar por el espejismo de la modernidad, ni por los cantos de sirena de una empresa que representa exactamente lo contrario de lo que el Barça ha simbolizado durante más de un siglo. No pedimos un acto de confrontación, sino de coherencia.
Confiamos en que el presidente Laporta, que ya demostró una vez que los valores están por encima del dinero, vuelva a escuchar esa voz interior que hizo del Barça una institución admirada en el mundo entero.
Aún hay tiempo para rectificar. Aún hay margen para enmendar el error y preservar la grandeza moral del club. Todos podemos equivocarnos, pero no todos sabemos corregir a tiempo. Pedimos a la directiva que lo haga, que honre la memoria de Gamper, de Companys, de todos los que hicieron del Barça un símbolo de libertad. Que no deje que una empresa sin alma arrastre por el fango los valores de un pueblo.
Si esta situación no cambia, el taxi catalán no podrá quedarse callado. Pero hoy, con el respeto que el club merece, apelamos primero a su conciencia, a su historia y a su dignidad. El Barça tiene la oportunidad de demostrar que sigue siendo més que un club, y que sus decisiones siguen guiadas por los mismos valores que inspiraron a generaciones enteras.
Porque si el Barça rectifica, lo hará en nombre de todos: del pueblo, del trabajo honesto, del deporte como forma de justicia y fraternidad. Pero si no lo hace, si el club persiste en esta alianza con quienes han pisoteado la ley y los derechos de los trabajadores, el taxi catalán se levantará una vez más, con toda su fuerza, para defender a su ciudad y su dignidad.
El Barça fue, durante décadas, la voz de un pueblo que no podía hablar.
Hoy, esa voz tiene la oportunidad de no venderse.
Y el taxi, como siempre, estará ahí para recordárselo.
Porque el taxi, como el Barça de antes, sigue siendo del pueblo.
Y el pueblo no se rinde.
Nunca.
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